Guillermo
Céspedes del Castillo, “Economías de exportación” en América hispánica (1492-1898), Madrid[1],
Fundación Jorge Juan/Marcial Pons Historia, 2009, pp. 117-144.
Sin
contabilizar el contrabando, Sevilla recibió de las minas del Perú, la Nueva
España y Nueva Granada (Colombia) 155 toneladas de oro y casi 17 millones de
kilos de plata, entre los años de 1531 y 1660. Esta balanza comercial favorable
a España, que sólo enviaba el mercurio necesario para explotar las minas trajo
como consecuencia una inflación constante. Se estima que en un siglo, del XVI
al XVII la inflación fue de alrededor del 500 por ciento. [2]
La plata de
Sudamérica se trasladaba generalmente a lomo de mula desde las minas del Perú,
Chile y Colombia hasta Panamá, mientras que la de la Nueva España se llevaba a
Veracruz. Para mayor seguridad los metales preciosos se transportaban en
convoyes con custodia militar, lo que permitía ahorrar vidas en caso de
naufragios o averías, si bien no faltaban los galeones que se hundían.[3]
Céspedes del
Castillo considera que este comercio
internacional favoreció la expansión del capitalismo, aunque no es la única
causa de este sistema económico.
De la plata
y el oro que se extraía en América, acaso un 25 por ciento permanecía en el
continente para la elaboración de objetos suntuarios que solo los ricos podían
consumir. De Europa volvían cargados los galeones con cargamentos que ocupaban
mayor volumen, como es el caso del vino
y el aceite de olivo.
Las cargas
de metal se complementaban, en sentido hacia Europa, con azúcar, pieles y
tabaco, que aunque tenían menor valor agregaban
valor marginal a la operación naval. Para el siglo XVIII los productos
orgánicos y animales ya representaban el 22 por ciento de las cargas, y el 78
por ciento restante era de metales preciosos.
Las pieles
de vaca fueron otro producto importante de exportación desde Nueva España
pasando por Cuba, hasta el siglo XVIII, cuando este producto fue superado por
las exportaciones que venían de Buenos Aires. De 1717 a 1738, si se excluyen
los metales y los cueros de res, el tabaco alcanzaba casi el 40 por ciento de
las exportaciones restantes.
La grana,
tinte proveniente de la cochinilla en Nueva España y el añil, de Centroamérica
fueron los tintes más exportados desde las colonias.
Desde 1530,
el cultivo de la caña de azúcar, planta traída al Nuevo Mundo desde Asia,
endulzó los paladares de los españoles en América, pero no sería hasta el siglo
XVIII cuando empezó a ser relevante en la balanza comercial entre las colonias
y Europa, sobre todo la producida en Brasil.
La mano de
obra esclava fue combatida en México por los dominicos y en Brasil por los
jesuitas, pero en ambos casos con pocos resultados. Los indígenas y los negros
que huían del trabajo esclavo, eran perseguidos por una organización que
llamaban bandeira. La cacería de fugitivos también propició el descubrimiento
de minas.
En Brasil,
los trapiches, donde se procesaba la caña para convertirla en azúcar, se
duplicó entre 1570 y 1600, al pasar de 60 a 120 trapiches, en esos 30 años.
El producto
azucarero se trasladaba desde Brasil hasta el Portugal y los Países Bajos, pero
también se exportaba en el mismo continente, a Buenos Aires para el consumo de
los castellanos. Los indígenas americanos eran más reacios a trabajar que los
negros, por lo que aumentó el tráfico de esclavos desde África a Brasil, lo que
permitió satisfacer las demandas de dulce de los europeos.
Guinea y
Angola, eran los países de donde se proveían de esclavos, relativamente a bajo
precio, los portugueses dueños de ingenios. Además estos se aclimataban con
mayor facilidad a las condiciones de trabajo en tierras tropicales, sin contar
con que en América, - dice el autor en la página 140- parecía que los elementos
patógenos eran menos que en África.
Quizá, y
esto es opinión del autor de esta reseña, esa menor acumulación de elementos
patógenos haya sido resultado de mejores corrientes de las aguas, que no se
acumulaban, como podía ocurrir en el continente africano.
La
esclavitud, que ya empezaba a declinar en el planeta y que había sido práctica
común desde miles de años antes de Cristo, se renovó a consecuencia de las
necesidades de producción azucarera de los portugueses, así como de los
españoles que se dedicaban a este negocio en Veracruz.
Pero
mientras que en la Nueva España los productos eran variados, para Brasil el
negocio del dulce se convirtió prácticamente en un monocultivo de exportación,
menos espectacular que el tráfico de metales preciosos, pero incluso mucho más
productivo.
Los ricos en
Europa y en América fueron los principales consumidores iniciales del azúcar,
que luego se emplearía en la repostería, sustituyendo en gran medida el consumo
de miel.
Como siempre
sucede quienes disfrutan los provechos no son los mismos que quienes pagan su
precio en trabajo, explotación y sufrimiento.
Concluye así
Céspedes del Castillo el artículo sobre “economías de exportación” del libro
América Hispánica 1492-1888.
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