Guillermo
Céspedes del Castillo, “Economías regionales y de frontera” en América
hispánica (1492-1898), Madrid, Fundación Jorge Juan/Marcial Pons Historia,
2009, pp. 145-172.
En la
siguiente participación de Céspedes para el libro de América hispánica (1492, 1898) hace
referencia a las condiciones domésticas de la producción. En el caso de Brasil,
la producción de azúcar implicó la construcción de caminos suficientes para el
paso de carretas tiradas por bueyes, navegación fluvial y de cabotaje.
La
alimentación de la población dependía de cultivos locales y la pesca. Se
explotaron salinas para la conservación de los alimentos y se desarrollaron
talleres de alfarería y carpintería. Las únicas importaciones necesarias eran
de productos de hierro para la explotación de los trapiches.
Con el desarrollo
de su economía, aumentó la necesidad de productos cárnicos que importaban de
Buenos Aires primero, antes de desarrollar su propia ganadería.
Por su parte
las primeras ciudades castellanas en
América fueron de economía agrícola. Les llamaban indianas. Contaban con densa
población indígena. Cuzco y la Ciudad de México, antes Tenochtitlán serían
ejemplos de estas nuevas ciudades edificadas sobre las anteriores.
En el
periodo de 1580 a 1630, el número de ciudades en América pasó de 225 a 331,
periodo en el cual la población urbana se triplicó, lo que significa que de
casa 100 habitantes, 75 estaban establecidos en ciudades.
Este aumento
poblacional se debía al crecimiento interior más que a la inmigración. En 1630
se estancó para volver a crecer rápidamente en 1700 y así continuó hasta las
guerras de Independencia.
La enorme
extensión de América, que seguía asombrando a los europeos provocó problemas de
transporte ya que escaseaban los ríos navegables en las colonias. El transporte
terrestre era caro ya que escaseaba el ganado que se pudiera montar. En Perú
tenían a las llamas, pero su capacidad
de carga era menor. Esa limitación en el transporte obligó a las ciudades a ser
autotosuficientes.
La
importaciones transcontinentales más necesarias eran el hierro, para los arados
y los trapiches, y el mercurio, para contar con el azogue que se requería para
el beneficio de las minas.
Las ciudades
mineras se convirtieron en un polo de desarrollo, pero también procuraron su
autosuficiencia agropecuaria en lugar de importar la comida de lugares lejanos.
Esto que se logró con relativa facilidad en Zacatecas, no fue tan sencillo en
los paisajes áridos y altos del Potosí en Perú. Entonces la necesidad de
transportar los alimentos favoreció caminos, posadas y pequeños cultivos de
subsistencia para los pobladores y pastizales para las bestias de carga.
La escasez
de moneda favoreció los trueques. Cuando las importaciones de Europa se
agotaban, mientras llegaba el siguiente embarque, en México se comerciaba con
La Habana, donde se conseguían saldos en ferias comerciales. Por su parte
cerámicas y harinas, sobre todo procedentes de Puebla, se llevaban a Vera cruz
y de ahí a las Antillas.
Venezuela se
surtía de productos contrabandeados desde Brasil, hasta que la Corona Española
se percató de que eso afectaba sus finanzas y mejoró las condiciones fiscales
de la región.
Las rutas
marinas que estableció Brasil con los países bajos para la exportación de azúcar,
también sirvieron para comerciar la plata que provenía de las minas de las
colonias castellanas.
Esto alarmó
a la Corona y encontró una salida a través del Puerto de Buenos Aires desde
donde se mandaban los metales a Sevilla. Sin embargo ya se había abierto el
apetito de los brasileños y portugueses.
Cuando Portugal se separa de la Corona Española, el
tráfico entre Buenos Aires y Brasil cesa, por supuesto en teoría. En la
práctica se plantea un difícil dilema; o el contrabando lo realizan los
españoles a través de Buenos Aires o si este cesa, lo harán directamente desde
el Brasil los portugueses, quienes durante los años de unión de España y
Portugal ya se han establecido en Potosí, conocen el negocio de la plata y han
creado rutas de contrabando.
Más
sencillas resultaron las cosas en Nueva España debido al pronto desarrollo del
Puerto de Acapulco para intercambiar productos con Chile a través del océano
pacífico, incluyendo puntos intermedios. También se estableció comercio con Filipinas
lo que favoreció la importación de sedas chinas, especias y manufacturas
orientales para las clases pudientes. El Mar Caribe permitió el intercambio
comercial con Panamá y las Antillas.
Perú
desarrolló el comercio de cabotaje, rutas marinas que bordeaban la costa, lo
que permitió el tráfico de harinas, maíz, aceitunas, azúcar, cacao y madera
entre las provincias conquistadas por los españoles.
Sin embargo,
tras el terremoto de 1687, la agricultura peruana que hasta entonces tenía
excedentes, pasó a ser deficitaria lo que los obligó a depender de Chile, sobre
todo para el abastecimiento de trigo.
Disposiciones
de la Corona, entorpecieron el intercambio de mercancías entre Guayaquil,
Ecuador y Acapulco, a través del Pacífico, para no molestar al Portugal cuyo
dominio sobre Brasil se interponía. Esto propició el contrabando en prejuicio
de la Corona.
Los ataques
de los piratas también afectaron el comercio de cabotaje.
En 1717 y
como consecuencia de guerras de secesión en España, Cádiz sustituyó a Sevilla
como puerto de enlace entre América y Europa. Entre 1714 y 1752 se crearon
cinco empresas comerciales:
La Guipuzcoana,
con sede en Bilbao y monopolio del comercio con Venezuela; la de Galicia o de
Campeche, la de Honduras; la de Sevilla; la de la Habana, con el monopolio del
tabaco cubano de España, la Barcelona,
que negoció con el algodón de Cumaná y Guayana.
En menor o mayor medida, la Corona intentó un modelo de mercado común de las distintas provincias españolas en el Nuevo Mundo, y paliar las diferencias en América con estímulos fiscales y otras medidas, una especie de Commonwealth español que fracasó ante la pérdida de su poder colonial, que habría de culminar con las guerras de independencia.
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