Tras la conquista de Tenochtitlán, así como de la mayoría de los pueblos al sur de la Nueva España, las cosas fueron más difíciles para los europeos, pues los pueblos al norte y occidente eran no sólo mucho menos dóciles, sino guerreros difíciles de capturar en batallas a campo abierto. Los naturales no vivían en ciudades importantes como los otros pueblos prehispanicos que iban cayendo, vivían de la caza y la recolección, sobre todo de tunas. Al estar en movimiento practicaban en consecuencia la guerra de guerrillas y como eran tan hábiles arqueros que ya estaban colocando la siguiente flecha, antes de acertar en el blanco con la primera, el acero español era mantenido a distancia las más de las veces. José A. Llaguno cuenta en su estudio sobre la personalidad jurídica del indio, realizado a través de la consulta de archivos del III Concilio Provisional Mexicano, que los agustinos, dominicos, franciscanos y jesuitas se negaban a la matanza "a sangre y fuego" de los