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¿Existe la verdad histórica?

(Fragmento del libro 1 de la Colección Historias para A(r)mar la Historia. En proceso de edición)

Ramsés Ancira

La Verdad de la Historia


¿Qué es la verdad? Nadie puede saber. Yo mi verdad, también puedo tener. La frase es traducida del libreto de la opera Jesucristo Superestrella escrita en inglés  por Tim Weber y me ha rondado años en la mente porque en efecto no hay verdades absolutas, salvo las científicas, que con un razonable margen de error, establecen por ejemplo  que la luz del sol tarda ocho minutos en llegar a la tierra.
En economía y en astronomía se usa el concepto de la relatividad, en el primer caso para estudiar la balanza comercial de los países, en el segundo para explicar una de las más famosas ecuaciones de Einstein.
En el caso de la ópera rock se emplea para discutir un problema filosófico ante la declaración del protagonista y la exigencia a Pilatos de que lo juzgue.
Svetan Todorov (Las Morales de la Historia, Paido) historiador de origen búlgaro pero radicado en Francia (como casi todos los historiadores que sobresalieron en este curso) y Robin George Collinwood (Idea de la Historia, Fondo de Cultura Económica)  plantean en sus respectivas obras el problema de la veracidad de la historia.
El primero cita a Platón para exponer que en los juicios la verdad histórica (¿Recordamos algo? ¿Ayotzinapa por ejemplo?) No aparece, porque defensores y acusadores no pudieron estar en el lugar de los hechos, así que solo dan discursos, analogías de lo que cada parte interpreta como lo más parecido a su verdad.
Estos discursos, dice Platón, pueden ser tan elocuentes que podrían confundir y alejarnos de la verdad. A los maestros en ese arte de la persuasión les llama sofistas y los considera tan peligrosos que deberían ser sacados de la ciudad.
Pero resulta, según Todorov citando a Balzac, que la novela a veces resulta más verdadera que el trabajo de los historiadores. La Comedia Humana nos puede revelar más acerca de las costumbres de la sociedad francesa, de sus pasiones, de su moral, de su hipocresía que el más acucioso de los investigadores.
¿Por qué? El filósofo Eduardo García Maines lo explicaba así a principios del Siglo XX. Un enamorado de París puede haber estudiado sus mapas, saber cómo se llega del Arco del Triunfo, a la Torre Eiffel o al monumento a los inválidos. A ojos cerrados esta persona podría diseñar un croquis de las calles de la llamada Ciudad Luz. Todo esto es verdad y sin embargo un minuto caminando por los Campos Elíseos nos dará una vivencia.
Pero si a esta misma persona le preguntamos un año después de su experiencia, puede adornarla con detalles imaginarios. Decir por ejemplo que olió el perfume de Channel cuando nunca pasó por la tienda, o que no encontró en su camino excremento de perros, a pesar de que esto ha sido una característica de la ciudad.
¿Quién dice la verdad, el experto en mapas o el sujeto de la vivencia que la adorna con detalles imaginarios?
R.G Collinwood cita a Herodoto como el primer historiador científico, aunque menciona que la revolución que convirtió a la historia en ciencia sólo tenía 150 años en su momento, más de 200 años si se considera que murió en 1943.
Y he aquí una forma de hablar sobre la verdad histórica. ¿Quién está en lo justo? Collinwood cuando habla de los 150 años de la ciencia histórica o el autor de estas líneas cuando expresa que son ya más de 200.
Ambos decimos la verdad, pero Collinwood desde su tiempo y yo desde el mío. Por eso es imposible aspirar a la verdad completa, siempre es relativa.
En periodismo se dice que no podemos decir la verdad, que esa es tarea de los filósofos o de los historiadores. Lo que publicamos es lo que creemos que más se asemeja a la verdad y esto a veces lo logramos cotejando versiones opuestas de un mismo hecho.
Sin embargo, por ejemplo en cuestión de derechos humanos, generalmente solo contamos con la versión de las víctimas. No está mal, si alguien tiene una historia que contar, y la autoridad no tiene nada que decir, la verdad más aproximada será la del que da su testimonio porque es la única que existe.
Algo tiene esto de belleza poética porque sí la víctima no logra la reparación del daño, la memoria de este hecho injusto es la que quedará para la posteridad, como ocurrió con el movimiento estudiantil del 68 o la masacre del 10 de junio de 1971.




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