Cortés, Hernan. Tercera Carta de Relación, de la transcripción paleográfica de la Colección Sepan Cuantos, Editorial Porrúa,Varias ediciones.
Lo increíble es que con tantas historias de dioses egipcios y griegos, al momento de escribir esta reseña no se haya llevado al cine una de las historias más épicas, emocionantes, decisivas y simbólicas de la historia de la humanidad, la de la conquista de México-Tenochtitlán.
Quizá una de las preguntas que más nos hemos hecho los mexicanos es cómo fue posible que un grupo de personas, no más de las que caben en unos cuantos barcos, hayan podido vencer a cientos de miles de personas que integraban el imperio azteca.
Sabemos que los aztecas, literalmente le dieron una paliza a los españoles, que estos huyeron por Tacuba y que literalmente Hernán Cortés, también llamado Fernando porque en aquellos tiempos la F era sustituida por la H, lloró desconsolado su derrota.
Lo que no entendemos, porque los textos de historia básica no suelen decirlo, es cómo fue posible que Cortés regresara y se desquitara asesinando a decenas de miles de mexicanos, entre los que no faltaron mujeres y niños, que, literalmente fueron devorados por los tlaxcaltecas.
Hay dos respuestas breves que nos pueden ayudar a entender. México no era una nación integrada. Los Mexicas o aztecas eran un imperio que subyugaba a los otros e incluso en las Leyes Nuevas el rey Carlos V pide expresamente que el vasallaje que se les cobre a los indios sometidos, sea menor al que les pedían los pueblos originarios antes de la Conquista de España.
La otra, fue una batalla naval muy desproporcionada. Desde Texcoco, Cortés ordenó la construcción de 13 bergantines, barcos de velas cuadradas que eran capaces de navegar en el océano, cuánto más entre los islotes de la antigua Tenochtitlán. Armados de arcabuces ¿que posibilidades podían tener los que valiéntemente les acometían desde canoas.
Las piezas que Cortés mandó construir en Veracruz, fueron ensambladas como bergantines en Texcoco y quedándose el Capitán con la mayoría viajó al sur y embarcó en Xochimilco, mientras que los otros los mandó a Tacuba y Azcapotzalco.
Así se hizo la pinza que apretó a los habitantes de Tenochtitlán y Tlatelolco. El mismo Cortés narra como los aztecas lo intentaron detener en Xochimilco al grito de "México, Mexico, Tenuchtitán, Tenuchtitán".
Así nos es posible conocer el orígen de ese grito de guerra, cuya primera parte sigue siendo usada en eventos deportivos, más que en los cívicos México, México.
¿Realmente conquistó Cortés la Ciudad de México? Sólo contamos con su palabra y en ella destaca su valor, más que el de cualquiera de sus hombres. Es lógico, le está pidiendo al rey las mercedes correspondientes a su hazaña, y sí, las tuvo por un tiempo y fue marquez de Oaxaca a Coyoacán; pero después tuvo que enfrentar juicios en España para defender los bienes que le concedió la corona y no heredó riquezas, sino una modesta tumba escondida en el Hospital de Jesús de la Ciudad de México, donde se guarece de la ira que todavía causa su imagen entre los indigenistas.
Cortés enviaba sus cartas al rey. Apenas unos cuántos meses después se publicaban y se agotaban, como no sucedcería sino hasta el Siglo XIX con las novelas de Dickens, Dumas, Eugenio Sue (El Judío Errante) Honorato de Balzac (La comedia humana) o en español con Benito Pérez Galdós, o en ruso Dostoyewsky.
Las cartas de Cortés son a la literatura del Siglo XVI lo que los folletines a la del XIX.
Y como en los folletines Cortés se adjudica el 90 por ciento del crédito. A veces menciona a algún criado que imporovisó una celada a los aztecas, a veces narra cosas como esta: seguido de cerca por una partida de indios, Corés los deja pasar y divide en grupos 20 caballos con sus jinetes. Una vez que les corta el paso, embisten a los indios con largas lanzas, como las que usan los picadores en los ruedos para apaciguar a los toros. Así de cerca, los indios no tienen ninguna oportunidad con sus arcos y sus cervatanas. La masacre es completa.
El autor de las cartas de relaciones pocas veces contabiliza a sus enemigos, pero si nos advierte que los tlaxcaltecas que le sirven son decenas de miles, y se justifica diciendo que una vez encendida la batalla no hay manera de pararlos cuando acometen a mujeres y niños que habitaban el hoy deshidratado Valle de México.
Esto resulta vital para Cortes, antes de subirse a los bergantines, los aztecas abren las compuertas. Como resultado logran eliminar a cientos de naturales que viajan a pie, pues los ahogan. Sin embargo los españoles, desde sus naves no padecen ningún peligro. Avanzan por Texcoco y bordean desde el oriente de lo que hoy es la Ciudad de México. Otros lo hacen desde Tacuba, también al oriente pero en dirección del Norte hacia el Sur. Forman la pinza.
Cada palmo que avanzan las naves, Cortés ordena que cubran con varas los canales, así cortan el paso a las canoas atacantes. Si la batalla se da en terreno llano, tiene la ventaja de los caballos.
El 13 de agosto caen Tenochtitlán y Tlatelolco, el emperador Cuauhtémoc, último reducto de la resistencia, caerá prisionero y luego de sufrir torturas, morirá probablemente en las Hibueras, hoy Honduras.
Aunque hubo la presunción de que los restos de Cuauhtémoc podrían haber quedado enterrados en Ixcateopan, Guerrero, es casi imposible que si Cortés ordenó su muerte en Honduras, se hubieran molestado en traer sus restos. Ni sus cartas de relación, ni Bernal Díaz del Castillo o la del clérigo Francisco López de Gomara, dicen nada sobre el lugar del ajusticiamiento, mucho menos del entierro del prisionero.
Cada palmo que avanzan las naves, Cortés ordena que cubran con varas los canales, así cortan el paso a las canoas atacantes. Si la batalla se da en terreno llano, tiene la ventaja de los caballos.
El 13 de agosto caen Tenochtitlán y Tlatelolco, el emperador Cuauhtémoc, último reducto de la resistencia, caerá prisionero y luego de sufrir torturas, morirá probablemente en las Hibueras, hoy Honduras.
Aunque hubo la presunción de que los restos de Cuauhtémoc podrían haber quedado enterrados en Ixcateopan, Guerrero, es casi imposible que si Cortés ordenó su muerte en Honduras, se hubieran molestado en traer sus restos. Ni sus cartas de relación, ni Bernal Díaz del Castillo o la del clérigo Francisco López de Gomara, dicen nada sobre el lugar del ajusticiamiento, mucho menos del entierro del prisionero.
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