Ramsés Ancira
Ensayo a partir de los libros:
Vicat, Mariana Compendio de Historia Argentina
Lawrence Stone, El Pásado y el Presente, Traducción de Lorenzo Aldrete, Fondo de Cultura Económica 1986
Historia del Tiempo, Philipe Ariés
Y la monografía:
Fernand Braudel, Editorial Crítica, Barcelona, Traducción de Paul Braudel al discurso inaugural de la cátedra publicada en Cahiers internacionaux de Sociologie, 1951
INTRODUCCIÓN
“La Historia, en la Universidad,
no se aprende contando historias”
Con esta desilusionante
advertencia inician actualmente muchos de los alumnos de la Licenciatura en Historia en la Universidad Nacional Autónoma de México,
Pero sucede que en el segundo
semestre uno de los maestros, de Historia Medieval, empieza a contar historias
con tal pasión que los alumnos se organizan para pedirle que prolongue sus
clases, de una hora, a hora y media cuando menos, o si es posible los sábados,
aunque esto represente para muchos un largo recorrido a Ciudad Universitaria.
¿Y por qué no? ¿Por qué la Historia no debe ser
tan emocionante como la histórica tradición de contar historias? Estadísticas, anales, seriedad, objetividad,
frialdad, son los métodos que muchos filósofos de la historia recomiendan para
que se use el método científico. Este ensayo final pretende defender la narración.
Con todos sus detalles escalofriantes y pasionales, tiernos y de epopeya, como
la mejor forma de aprender y difundir la historia, y hacerla práctica y útil,
aunque nadie se bañe dos veces en el mismo río (Heráclito de Efeso
535-484 AC)
Esta obra finaliza el 25 de
mayo de 2003, con la asunción a la presidencia de Nestor Kirchner. Creemos que
para lograr una evaluación equilibrada de su gestión, es necesario tomar cierta
distancia de los acontecimientos actuales para que puedan ser meditados y
registrados desde una perspectiva histórica, con objetividad y sin
apasionamiento (Vicat Mariana.
Compendio de Historia Argentina- 1ª ed. Buenos Aires. Ediciones
Libertador,2007. Colección Avatares de la Historia)
El texto, transcrito de la
presentación del Compendio de Historia Argentina, nos da pie a lo que sí debemos
reconocer como un posible impedimento para contar la Historia con narraciones.
La objetividad, decía el periodista German Dehesa, no me acomoda, debe ser porque soy un sujeto y por lo tanto mis
pensamientos son subjetivos, como no soy un objeto, no puedo ser objetivo.
La cita no es textual, pero si una paráfrasis bastante cercana.
La distancia, al menos la
temporal, puede auxiliarnos a ser más fríos en el análisis, pero tampoco es una
garantía. Si hoy reviso El Juicio de
Morelos y leo las maldiciones que le profirió la iglesia católica y luego
leo los Sentimientos de la Nación, aunque estemos en el Siglo XXI, yo, el
aprendiz de historiador por mi naturaleza humana, me indigno.
Y si quiero transmitir ese
pasaje de la historia, por más frío que intente ser, creo que algo de mi visión
personal se transmitirá al contar que el virrey estaba muy preocupado de que al
llegar a la Ciudad de México, José Maria Morelos y Pavón, (quien fue capturado
mientras protegía al Congreso Constituyente) despertara en la capital la
indignación popular. Para evitarlo, se improvisó un juicio con más peso en la
acusación que en la defensa, y lo mataron en Ecatepec. Lo “fusilaron en
caliente” aunque esa expresión no se iba a usar hasta la Revolución.
Philipe Aries, en el primer
capítulo de El Tiempo de la Historia, titulado un Niño Descubre la Historia nos plantea el tema cuando dice que
aprende de la historia por los relatos de su familia, a la que describe como
bien acomodada, por lo tanto pro realista,
en el significado de admiración por la
realeza.
Pero el mismo Aries reconoce
que esa historia de la que él forma parte, no le permite al niño comprender la
Historia y él mismo propone que para ello necesitaría saber cuánto gana un
soldado, o un maestro y para que le alcanza. La historia necesita de contexto.
La Historia es Hija de su Tiempo
La síntesis de Fernand Braudel
sobre lo que él concibe como historia, también nos permite tomar posición sobre
lo que se entiende por historia.
Primeramente hay que manifestar
el acuerdo con José Ortega y Gasset en que “La Claridad es Cortesía del Filósofo”.
Hija de su tiempo, o no, la historia debe transmitirse con claridad.
Ahora bien, a la frase de La Historia es Hija de su Tiempo, de
Braudel, habría que agregar la conseja
popular. La Historia la Escriben los
Vencedores. De ambas podemos definir el método de contar la historia que
queremos utilizar, tomando en cuenta una tercera cuestión, ¿qué problema
queremos resolver?
El problema puede ser todo lo
complejo que se quiera, siempre y cuando su exposición sea, como la demanda
Ortega y Gasset, con claridad.
Desde mi deformación
periodística, la esencia es exponer los problemas y las soluciones con
claridad.
¿Qué problemas me interesaría resolver? Creo que
los mismos que han acompañado a la humanidad desde sus orígenes: La pobreza
alimentaria; la desigualdad como causa de violencia; la mejor forma de gobierno;
la constitución del Gobierno; el equilibrio entre el trabajo y el placer; el
placer sexual como motor de vida (y aquí me asumo convencido freudiano); y ya en pleno Siglo XXI, el equilibrio entre
población y naturaleza para frenar el cambio climático destructivo.
Es la historia la única
ciencia capaz de permitirnos comprender las consecuencias que tienen los actos
humanos. Las acciones que dieron pie a las reacciones.
La ciencia y la tecnología
están permitiendo que las cosas cambien vertiginosamente: La velocidad para
producir; la velocidad para transportarnos a grandes distancias; la velocidad
para hacer llegar los alimentos a nuestras mesas; la velocidad para adquirir
conocimientos, la velocidad para ver en televisión una película producida para
cine.
Otras cosas son más lentas,
como la velocidad para recorrer distancias cortas. En la primera mitad del
Siglo XX, una persona que tenía un negocio en el centro de la Ciudad de México
podía perfectamente ir a comer a San Ángel en el tranvía y volver a abrir su
negocio por la tarde. Hoy, en el Metrobús, esto sería una tortura.
Pero hay una cosa que cambia
aún más lentamente y esta es la naturaleza humana. Si alguien vende joyería o
seguros de vida; pero una crisis económica le hace más difícil el mercado,
difícilmente se las ingeniaría para vender comida. La realidad cambia más
aprisa que nuestra capacidad de adaptación a realizar un trabajo distinto,
aunque sea imperativo conservar el mismo nivel de bienestar.
Incluso en un mismo ramo, si
un brillante profesor gana 70 pesos la hora y sabe que por el mismo trabajo le
podrían pagar 70 dólares, casi 18 veces más al tipo de cambio de 2016) tal vez
no desee hacer ningún esfuerzo, valorará su familia, su zona de confort. Dirá
“esta es mi realidad”, o “las cosas son como son”.
Y entonces sí, nadie se baña
dos veces en las aguas del mismo río, pero el profesor de Atenas, tal vez pudo
enfrentar el mismo problema cuando le invitaban a dar clases en Mesopotamia. La
naturaleza humana es la que cambia con mayor lentitud.
Y entonces la historia tiene
sentido seguir contándola, seguir transmitiéndola como un relato porque, en
esencia el hombre que pintó una escena de cacería en una cueva de lo que hoy es
Francia; la madre maya que enseñó a su hija a bordar un vestido en una choza de
Petén o la mujer judía que ocultaba a sus hijos de los nazis en Holanda, todos
tienen la misma esencia de la naturaleza humana.
El Pasado y el Presente
Por eso el acuerdo con
Lawrence Stone, cuando dice que desde Tucídedes, en el Siglo V antes de Cristo,
hasta Gibbon, quien contó la Caída del Imperio Romano (en el Siglo XVIII y
desde Inglaterra) han considerado los relatos como la mejor forma de transmitir
el conocimiento de la historia.
Considerar al hombre por
encima de sus circunstancias, dice Stone, es lo que distingue a la narrativa y
esto me parece elemental.
Edgar Morin, filósofo,
(francés, como la mayoría de los que parecen haber sido considerados en la UNAM
para la elaboración del programa académico de los dos primeros semestres,
cuando las materias no están relacionadas con América Precolombina) ha
expresado una idea que me parece fundamental:
Cuando los hombres hacen que
las ideas estén a su servicio, se producen enormes transformaciones positivas:
se crean empresas; mejora el transporte; se siembran árboles; se escriben
libros y se diseñan videojuegos cada vez más audaces; se fabrican televisiones
más planas y ligeras.
Pero cuando los hombres se
ponen al servicio de una idea… se crea el Estado Islámico; se compran
mercenarios y se gastan miles de millones de pesos para que las propuestas de un partido se impongan sobre otro partido y
así , crezca su fracción en las cámaras legislativas, tengan más presupuesto y
se aumenten sus lujos y gastos ostentosos, aunque crezca con ello la indigencia
y la violencia en el mundo real, tan distinto del Congreso.
Así que sí, la historia es
hija de su tiempo. Los problemas que tiene la historia cambian ligeramente; pero son los mismos. En México la dominación
esclavizó a los naturales y llevó a realizar un juicio en Valladolid para
dirimir si la esclavitud era moralmente ética toda vez que los indios no tenían
alma; cuatro siglos después, las Tienda de Raya perpetuaban la esclavitud con
deudas impagables, y a principios de la década de los 70s en el Siglo XX, los
caciques de la Sierra de Guerrero le hacían la guerra a Genaro Vázquez Rojas
porque el Movimiento de los Cívicos se estaba saltando los controles de precios
que les querían pagar por sus cosechas de miel, comercializando directamente
sus productos en la capital.
La narración nos puede
permitir saber cómo se resolvieron esos problemas… o como no se resolvieron. Si
nos ponemos tajantes, consideraremos a quienes no gusten de la narración para
transmitir la historia, como insufribles pedantes, así como ellos nos
considerarán a los narradores muy superficiales.
La narración, explica
Lawrence, resuelve el Qué y el Cómo, pero sus críticos
la desestiman porque ellos quieren saber
Por
qué.
De acuerdo, pero la pregunta
más importante desde mi punto de vista es ¿Para Qué? ¿Para que queremos saber y
transmitir historia? Mi respuesta es con Braudel, para resolver los problemas
de nuestro tiempo.
En el caso concreto del México
del Siglo XXI, para resolver el problema de la desigualdad que genera la
violencia, de la desigualdad que hoy arma a los caciques con rifles de
repetición automática, capaces de asesinar a docenas de personas en segundos;
de la desigualdad que generan millones de toneladas de alimentos
desperdiciados, mientras faltan las proteínas indispensables para que se alimenten
los niños en la sierra de Guerrero, mientras once mil kilómetros de costa son
saqueados por pesqueros norteamericanos y japoneses, mientras los mexicanos no
pueden trabajar lo suficiente porque el gobierno les vende el dísel a precios
prohibitivos, para que les den la bendición los otros gobiernos, los de las
potencias, los que tienen las mismas banderas de los barcos que nos saquean.
No son las estadísticas, ni la
economía, ni siquiera la economía moral la que va a resolver los problemas
históricos. Los resolverá la narración de un
pastor que no puede darle de comer a sus ovejas porque la transnacional
minera no le permite el paso; la de los pescadores que nos cuenten de cuando vivían felices y en
equilibrio con la naturaleza cuando el
dísel era más barato que la gasolina, porque el gobierno entendía que forzosamente era combustible para el trabajo,
para generar riqueza y que no debe costar lo mismo que la gasolina que gasta un ejecutivo que vive en un
rascacielos de un suburbio de lujo, aunque tenga su industria en un barrio
miserable, porque este último es un gasto superfluo y sería más racional vivir
en la misma zona donde genera su riqueza.
La narración es emoción, y son
las emociones, tanto como las pasiones, las que transforman a la historia.
Narremos las hazañas de los grandes descubridores y propiciaremos que más gente
se interese en colonizar la luna y menos por disputarse los desiertos polvosos de
Cisjordania. Contemos la historia de los Curie y aprenderemos a reconocer la
inteligencia femenina y a impulsar el presupuesto para educar a más mujeres, científicas y espléndidas madres
de otras científicas.
CONCLUSIÓN AL TEMA DE LA OBJETIVIDAD EN LA PEDAGOGÍA DE LA HISTORIA
La discípula de Jung, Sabina
Spielrein, fue sicóloga del niño Jean Piaget, que luego fue uno de los grandes
innovadores de la educación y la didáctica.
Sabina tuvo la desgracia de
vivir en Rostov cuando esta ciudad rusa fue invadida por los nazis. Un comando
de la SS preguntó quiénes de los que vivían ahí eran judíos, la identificaron y
sin más motivo la fusilaron junto con sus dos hijas.
Su esposo Pavel Scheffel falleció
durante una de las purgas de Stalin, igual que su hermano Isaac, también
sicólogo, quien sentó las bases de la sicología en el trabajo, que estudiaría
una mayor productividad con trabajadores
más felices.
Stalin quería más producción,
para engrandecer a la madre Rusia, no
rusos más felices.
Relatos como este nos pueden
ayudar a hacer de la historia una aliada para mejorar como seres humanos. Otras
técnicas de la historia no contribuyen a eso. Por eso los tecnócratas son tan
malos políticos.
La historia es una disciplina
humanística, si no contribuye a hacernos mejores seres humanos, no tiene
sentido. Los relatos son la mejor forma de educar, de hacernos mejores humanos.
Por eso. relatemos la historia.
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