Lafuente Antonio y Valverde
Nuria. Los Mundos de la Ciencia en la Ilustración Española. Fundación Española
para la Ciencia y la Tecnología. 2003
Reseña por Ramsés Ancira
¿Cuándo nació la ciencia en Hispanoamérica?
En la física, quizá la ciencia mejor definida o
delimitada por campos, hay una notable división entre científicos, los teóricos y los
prácticos; pero fue en un libro publicado en 1795 dónde por primera vez se habrían
establecido los niveles de lo que hoy
universalmente reconocemos como ciencia.
La obra se llama Tratado
de Matemáticas Necesarias a los Artífices para la Perfecta Construcción de
Instrumentos Astronómicos y Físicos. El Autor es José Radon.
Ahí se establece que son necesarios tres tipos de científicos,
los puros y profundos que deben conocer sobre todo las matemáticas...
…los científicos técnicos, quienes no necesitan
comprender a profundidad la esencia de las cosas, sino sólo aquellos
conocimientos necesarios para elaborar una herramienta práctica, como podría
ser un reloj, un telescopio o un microscopio.
Y finalmente los científicos aficionados cuya misión
sería:
…recoger en volúmenes cortos y
con método sencillo todas las noticias que contribuyan a la perfección de esta
profesión que deseamos fomentar y de todas las obras que puedan perfeccionarse
con las noticias de ciertas ramas de matemáticas y física.
En modo alguno se discrimina o se subordina una
categoría de científicos a la otra, por el contrario se les considera a todos
igualmente necesarios.
Los Mundos de la Ciencia en la
Ilustración Española es una de las obras más amenas e
informativas sobre la historia del desarrollo de la ciencia, no sólo en
la península ibérica, sino en gran parte de América, pues las expediciones
permitieron conocer las aplicaciones de muchas de nuestras plantas, lo que a su
vez desarrolló ciencias que van desde la botánica y la medicina, hasta artes
como la gastronomía.
En este desarrollo de las ciencias se implicaba a la
economía, principalmente por razones comerciales; pero no sólo esta, sino también ciencias como
la química, debido al uso del mercurio para sacar el beneficio de las minas de
plata, o del carbón, como sustituto combustible cuando los bosques ya estaban
deforestados.
Por cierto de los procedimientos técnicos que trajeron
desde Europa los científicos que buscaban sacar mejores beneficios de las minas
de plata, y los que ya tenían los criollos surgió en 1792 el Real Seminario de
Minería en México, lo que significó la primera institución politécnica de
América.
La Marina y el Ejército Real eran a su vez impulsores
de universidades politécnicas por razones prácticas. Un ejemplo de ello, la
necesidad de secar diques para construir barcos. Aunque se empleaban máquinas
rudimentarias estas eran impulsadas por hombres. Como el trabajo era sumamente
peligroso y a menudo se ahogaban, lo encomendaban a esclavos o a reos.
Aun así la pérdida de vidas resultaba bastante costosa,
aun si no fuera por consideraciones éticas sino meramente mercantilistas. La
colaboración entre potencias, sino de todo amigas, sino incluso rivales, alivió el problema.
Los avances científicos en Europa obligaron a
desarrollar técnicas del espionaje y en contraparte el arte de la diplomacia.
Esta última permitió a los españoles adquirir de los ingleses la máquina de
vapor desarrollada por Watts y con ello se salvaron vidas.
Pero hubo otra contribución destacada: el desarrollo del periodismo científico. ¡Oh
sí! Y hay nombres y fechas para comprobarlo históricamente.
El Diario de la
Haya, era traducido al castellano por un hombre de apellido Mañer; mientras
que el francés Memories de Trévoux, realizado
por jesuitas franceses, con el nombre completo de Mémoires pour l’histoire des sciences et des arts, recueillis par
l’ordre de Son Altesse Serenissime Monseigneur Prince Souverain de Dombes (Cita
verificada en Wikipedia con fecha 17 de febrero del 2016) era aprovechado por
los españoles gracias a las traducciones de José de la Torre.
El Siglo XVI inició en España con una capital, Madrid,
improductiva, con una fuerte carga económica para el sostenimiento de nobles
con más méritos de espada que de talento, según se nos explica en Los Mundos de la Ciencia en la
Ilustración Española. Casi todo se importaba y nada se producía.
Esa nobleza vivía en los extremos de Madrid, por lo
que en el medio lo que predominaba era la podredumbre y el lodo con los consecuentes
problemas de higiene.
Con el cambio de dinastías reales que se dio por esas
fechas, se contrataron arquitectos, sobre todo italianos, que algo sabrían de
física y resistencia de materiales. Se crearon avenidas, jardines, pozos y lo
estético se tradujo en salud pública.
Ya para 1789, había suficientes instituciones
educativas y presupuesto para financiar expediciones científicas como la de
Alejandro Malaspina, quien tras seis años de recorrer el continente y conocer
sus enormes riquezas, desarrolló una teoría sociológica. Habría, pensó, que
instaurar una federación de reinos unidos por la religión (católica) y la
lengua, la española.
Si su proyecto hubiera avanzado es probable que se
hubieran evitado muchas guerras de independencia, los dominios españoles de
Norteamérica no se hubieran debilitado y Estados Unidos no habría tenido las
condiciones para conquistar más de dos millones de kilómetros cuadrados y
convertirse en imperio sustituto de los europeos.
Pero a menos que existan los mundos paralelos que
presiente la física teórica, esto no ocurrió. Peor aún, en este mundo físico
que conocemos y compartimos al heroico visionario que fue Malaspina lo
encarcelaron después de la expedición.
La historia, si bien tuvo un mal desenlace, es una de
las cientos que cuenta en forma humorística, ágil y excelentemente ilustrada
este libro de Los Mundos de la Ciencia en la Ilustración Española, que además
pudimos conocer gracias a que se comparte públicamente en Internet.
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