Arrom, José Juan . Mitología y
Artes Prehispánicas de las Antillas. Segunda edición Siglo XXI Editores. 1989
El libro de poco más de 125 páginas, hace un recuento
de los principales dioses a los que se les rendía culto en el área de las
Antillas, entre los que destacan el ser supremo, la madre, el sol, la lluvia y
el dios perro.
El autor advierte de inicio que pocas culturas han
sido tan arrasadas en la historia como fue la de los taínos, y que a pesar de
su enorme contribución a nuestra lengua, ni se elaboraron gramáticas ni se
preservó la lengua, lo que ahora mismo sería esencial para comprender los
elementos de su culto a los dioses, genéricamente llamados Cemíes.
Refiere el autor que la mejor fuente original que se
pudo hallar es el opúsculo de un fraile apellidado Pané publicado en Venecia en
1571
Tal
vez no esté de más consignar que si me
he propuesto recuperar el sentido y el alcance de aquella obliterada mitología
no es por mero despliegue de erudición. Los mitos suelen ser compendio de las
experiencias de un pueblo, frente de sus mejores obras de arte y origen de sus
creencias más profundas y significativas.
Muy al gusto de los evangelistas europeos fue el hecho
de que interpretaron que los taínos tenían un solo dios y que este tenía madre, lo que se ajustaba a sus creencias
cristianas. El nombre de ese ser era Yocahuamá. La terminación huamá se
traduciría como Lord al inglés, es decir un Gran
Señor
A la madre de su dios le dan los nombres de Atabey,
Yermao, Guacar, Guacarapita y Guimazoa,
que se traduciría como la madre de las aguas.
Como es natural
en una isla, lo que más debieron temer los taínos es a los huracanes. Sin
embargo la tradición explica que la diosa madre se apiadó de ellos y les enseño
los secretos del agua: tal vez los ciclos de las mareas o de los propios
huracanes, de manera que se pudieran prevenir de accidentes fatales.
Es interesante
hacer notar que las representaciones del dios de todas las cosas, Yocahuamá,
tenían forma triangular. Así que (ya en una interpretación personal del autor
de este ensayo) les vino muy bien a los misioneros, porque representaba una
trinidad.
Mahuatihuel, se traduce como el Señor del Alba y
aunque podría tratarse de un cacique, Arrom está convencido que es el nombre
que le daban al Sol, que sería otro de sus dioses. Además señala que había una
cueva que los indígenas adjudicaban como lugar de nacimiento de los gemelos que
representaban al día y a la noche. Esta última representada por Márohu, la
luna.
E igual que ahora que se da a los huracanes nombres
femeninos, loa habitantes de las islas adjudicaban a los caprichos de una diosa,
la veleidad de los vientos. Guabancex se llamaba la colérica diosa que agitaba el
viento y el agua, echando por tierra las casas. Quien sí tenía género masculino
era Tupán, el dios del trueno.
Termina el autor el capítulo, buscando el origen de la
palabra huracán que acabó
incorporándose en pleno al castellano.
Sostiene que en maya-quiche la palabra significa Corazón del Cielo. Mientras que en el Caribe si tenía el
significado de “Tempestad muy excesiva”, según lo tradujo un conquistador
español de apellido Oviedo, o Tormenta.
Opilyehuobirán, menciona el autor en la segunda parte de su libro,
era considerado por el misionero Pané como un cacique, pero Arrom piensa que
hay elementos para considerarlo un dios que andaba en 4 patas. Se le podría
tomar por un perro, pero también como el Señor de los Muertos, pues la voz Opiye se considera el Espíritu de los Muertos.
Los taínos tenían también la creencia de que los
muertos volvían y tenían urnas funerarias. Colón decía que cuando hablaban
siempre sonreían. Eran un pueblo confiado, y probablemente esto lo debían a que
se sentían protegidos por sus antepasados.
Otro de sus dioses era Baibrama y la leyenda decía que
habiendo quedado deformado por una enfermedad, fue atendido con ungüentos de
yuca. Las figuras que lo representaban contaban con una plataforma, donde
probablemente le rendían ofrenda colocando precisamente su principal fuente de
alimentos, la yuca.
A este Cemí, decía la leyenda, le volvieron a crecer
los brazos, lo que probablemente aludía a la extensión de raíces. Las raíces de
la yuca son venenosas, la sustancia activa del veneno es el ácido prúsico, que desaparece
al hervirla. Entonces es comestible y el jugo puede ser un saborizante de la
comida.
Baibrama es representado con un rictus de mucho coraje,
lo que según el autor cumple una función pedagógica pues advierte que si la yuca
no se raya y hierve, tarea que puede ser tediosa, entonces envenena.
Corocote es
otro díos del cual existen pocas referencias, pero al que atribuían acostarse
con las mujeres. Se le llamaba también Wa Murreti, que significa creador. Si en
verdad era un dios, podía ser el de la fertilidad, y si no, si hubiera sido un
cacique, tal vez era un hombre que acostumbraba acostarse con las mujeres de
sus súbditos.
Otra leyenda es similar a la de Cronos: el equivalente
Caribe se llamaba Yayá y tenía un hijo llamado Yayael, que lo quiso matar.
El dios padre se le adelantó y guardo sus huesos, que
se habrían convertido en peces y en un caracol, Caracaracol le llamaban. Yaya
se alimentaba de los peces, que eran sus hijos.
Leyendas
fundacionales
Termina el libro aludiendo a las leyendas de como
explicaban estos pueblos sus orígenes. Pensaban que procedían de un lugar
llamado Caunao, nombre que comparten varios ríos de las Antillas. La traducción
sería el lugar más valioso, por lo
que los materialistas conquistadores lo traducían como el lugar de donde procede el oro.
Pero para los pobladores lo más valioso significaba
el origen de la vida.
Lo más valioso serían los taínos, pero hay otra cueva
que, según estos, era el origen de otros homínidos menos valiosos, los
Amayinos. Estos, que llevaban el cabello largo, eran el equivalente de los
Bárbaros, como le llamaban los romanos a los pueblos extraños, los que no
hablaban latín.
Algunas versiones hablan de que los primeros hombres y
mujeres eran hermanos, razón por la cual uno de sus dioses Guayahona los
separó, dejando incluso a los niños sin protección y a los padres incapaces de
alimentarlos.
Esta sería una de las causas de la leyenda de las
amazonas, pues Colón pensó que en esta isla que nunca encontró habitaban solo
mujeres.
Otra versión establece que una joven tenía encuentros
sexuales con un desconocido. Que la madre se untó las manos con hollín para
marcarlo y que así descubrió que era hermano de la muchacha. Este cara manchada
sería Luna, al que los caribes identificaban como un ser masculino.
Este sería el origen de los hombres que habitaban los
que se conoce como Guayanas.
En todo caso, y aquí hago una interpretación personal, ambas leyendas hablarían de relaciones
incestuosas (las islas eran pequeñas) y esto explicaría la deformación de los
rostros o las llagas que aparecen en algunas representaciones. Fue hasta que
los hombres y mujeres de distintas islas se aparearon, que la descendencia dejó
de tener malformaciones.
A estas deformaciones las consideraron los españoles
como sífilis, pero es probable que sea una interpretación equivocada, como
cuando creyeron que las figuras representaban a hombres jorobados, cuando en realidad
querían representar a hombres con caparazón de tortuga
Por lo que se refiere al de los habitantes de Haití,
llamado La Española por los conquistadores, dice la leyenda que los hombres
estaban muy deseosos de mujer y que un día que fueron a lavarse encontraron a
cuatro seres que no tenían sexo, y quisieron capturarlas pero se les escurrían
de las manos.
Entonces un cacique ordenó que mandaran a los
caracaracoles, que por tener manos ásperas podían atraparlas. Así lo hicieron y
las ataron a un árbol. Luego trajeron a un pájaro carpintero que les hizo
agujeros “donde ordinariamente suele
estar el sexo de las mujeres”
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