Reseña de Ramsés Ancira a
Kragh, Helge, Introducción a la Historia de la Ciencia, Editorial
Drakontos, 1986
Si a lo largo de la historia los científicos no
se han podido poner de acuerdo sobre lo que es o no ciencia y cuando empezó,
mucho menos sobre quien está calificado o no lo está para escribir la historia
de la ciencia.
Se cree que las piedras monumentales de
Stonehenge, montadas en 2700, antes de Cristo, tenían como propósito hacer
observaciones astronómicas, si esto es así, la ciencia es anterior a la
historia.Incluso más, el historiador Gordon Childe establece que antes del homo sapiens ya se usaban herramientas para cazar, por lo tanto ahí está el embrión de la ciencia.
Ese es el tema que desarrolla el profesor danés Helge Kragh en su Introducción a la Historia de la Ciencia, un libro de aproximadamente 300 páginas en su traducción al español y en el que se plantean temas como el nacimiento de las ciencias; el estudio de historia de la ciencia como propaganda de orgullo nacionalista; su concepción filosófica como gran principio de la fraternidad universal y si los divulgadores de la ciencia tienen o no derecho de serlo, cuando ellos mismos no son científicos.
En sus primeras páginas nos narra acerca de Eudemo,
quien escribió la historia de la astronomía y la matemática en el Siglo IV
antes de Cristo; pero su obra se perdió
y solo se conoce por historiadores posteriores que la comentaron.
Así sabemos que existió, aunque no haya una
fuente directa que nos revele, por ejemplo, donde empezaba la historia de la
astronomía que recopiló Eudemo.
Kragh, (lo que supone un problema para los
historiadores latinoamericanos, pero también muestra un amplio campo por fecundar)
centra su estudio de la historia de la ciencia en la geografía europea.
Y cita La Historia y Estado presente de la
Electricidad (1767) y la Historia
del presente estado de los descubrimientos relacionados a la visión, la luz y
los colores (1772) de Joseph Priestley como ejemplo de las primeras
obras de historia de la ciencia.
Dice Kragh que en esos libros había el concepto
de tratar a la ciencia como un balance de los problemas que ya se habían
resuelto y los que faltaban por resolver.
En la actualidad los
descubrimientos filosóficos son tantos, y las exposiciones de ellas tan
diversas, que no se halla al alcance de hombre alguno llegar a conocer todo lo
que se ha hecho para obtener los cimientos de sus propias investigaciones.
Estas circunstancias a mi juicio, han retrasado mucho el progreso de los
descubrimientos. (Priestley)
La Historia de la Astronomía, publicada en una
colección de libros entre 1775 y 1782, y las Bibliotecas de Haller sobre los primeros científicos, editada entre los años
1771 y 1788, son otros de los primeros textos dedicados a hacer historia
de la ciencia.
No son tampoco los únicos, como se ha
mencionado en un artículo anterior de
esta colección. La historia de la ciencia también se escribió en español en el
Siglo de las Luces, sobrenombre que se le
ha dado al Siglo XVI.
Se consideraba que para comprender cualquier asunto
de ciencia, era necesario remontarse a los antecedentes, a las causas y los
sucesos, pero no todos estaban de acuerdo.
Descartes consideraba que el conocimiento era
consecuencia de un pensamiento reflexivo
y racional, lo que le quitaba importancia a la historia.
Por su parte Henrich Steffens (1773-1845)
advertía con bastante humor:
Hay especialistas de la
historia que piensan que no han de
hallar descanso hasta que no hayan seguido la majestuosa corriente de las
turbulencias de la historia, hasta parar en las charcas más sucias, y esto es
lo que ellos llaman el estudio de las fuentes.
Los repasos de la historia, dice Helge, con los
que se prologaban obras como El Origen de
las Especies, de Charles Darwin nos hablan más de los autores que de la
materia en cuestión.
A pesar de las respetables discrepancias de
Steffens o Descartes, lo cierto es que los libros de historia de la ciencia
generalmente coincidían en hacer un repaso de los conocimientos hasta el
momento mismo de la nueva publicación.
Pero luego surgieron nuevas discrepancias sobre
lo que podía considerarse o no pensamiento científico. William Whewell
(1794-1866) considerado el primer
historiador moderno de la ciencia, consideraba a la historia como único método de
conocimiento. A este fundamentalismo se
le llamó historicismo, en oposición
al logicismo, que daba más
importancia a las premisas deductivas, a la reflexión, como origen del
conocimiento, que al saber de los antepasados.
Herman Kopp (1817-1892) criticaba la visión
cronológica de la historia que hacía aparecer que lo más reciente era lo más
acertado. En su visión, muchos acontecimientos se habían subestimado o perdido,
por lo que considerar que sólo lo contemporáneo era lo más avanzado,
representaba un error.
Esto sin contar con que la historia también se
empleara, como ocurre hasta nuestros días, para tomar partido en distintas
materias, como la lucha entre conservadores y liberales, evolucionistas y
creacionistas.
Por otra parte, nos narra Helge, en el Siglo
XIX no existía el escrúpulo que se dio en el XX de distinguir las fuentes primarias de las secundarias, esto es,
el pensamiento original, del interpretado por otros autores.
1892 es el año en que por iniciativa de August Compte se crea la
primera Cátedra de Historia de la Ciencia, en el College de France.
Humanismo vs Tecnología y Re
evaluación de la antigüedad de la historia de la ciencia
Autores como Wirchow, Haeckel y Ostwald
desechaban la historia burguesa sobre reyes, guerra y diplomacia, y coincidían
en que la única historia valiosa es la de la ciencia. En oposición a los ingleses, en Alemania consideraban
que la historia debe tener un significado humanista.
Independientemente de las fronteras, la
tendencia de los historiadores oficiales era ignorar a la ciencia, lo que dejaba
la tarea a los aficionados y a los
científicos, si bien no existía siquiera consensó en la palabra científico.
La historia de la ciencia es la historia de la
humanidad, argumentaba en defensa Emil
du Bois- Reymond.
Mientras tanto ocurrió un fenómeno que
favoreció la divulgación científica, el orgullo nacionalista. Historiadores y
químicos franceses, nos cuenta Helge, rendían un culto casi religioso a Lavoisier
por sus descubrimientos en torno a la oxidación de los cuerpos, la fotosíntesis
y la conservación de la masa, mientras que los alemanes honraban al médico
Paracelso, el inventor del láudano, una mezcla de vino, opio, canela y clavo
que se utilizaba para tratar distintas enfermedades.
(Otro paréntesis, para indicar que Paracelso se
bautizó a sí mismo con ese nombre para significar que era superior, o al menos
tan bueno como Aulo Cornelio Celso, médico romano del Siglo I que escribió un
tratado de medicina en 8 partes o libros)
Al iniciar el Siglo XIX se estudiaba la historia
con motivaciones nacionalistas. La ciencia como emblema de prestigio y se
consideraba a la Iglesia, enemiga del progreso científico.
En oposición, el científico Pierre Duhem
(1861-1916) consideraba a la ciencia como evolución natural de los descubrimientos
en la Edad Media, muchos de ellos por hombres relacionados con la iglesia.
Mientras tanto la arqueología llegó en auxilio
de los que intentaban resolver qué tan antigua podía ser la ciencia,
entendiendo esta como un conjunto de conocimientos sistematizados con un objetivo práctico. En 1858 el hallazgo en
Egipto de una cinta con reglas de cálculo permitió saber que las matemáticas
habían sido desarrolladas mucho antes que por la venerada cultura griega.
Historia (H1) e Historia (H2)
En el Siglo XX la historia de la ciencia deja de ser un campo de batalla
entre liberales y eclesiásticos, entre historicistas y racionalistas o incluso
entre orgullos nacionales.
George Sarton (1884-1956)
La historia de la ciencia puede y
debe servir de inspiración a los investigadores contemporáneos. Contemplada en
perspectiva histórica la Ciencia es un bien absoluto. Es la gran benefactora de
la humanidad, democrática e internacional. El Estudio de la historia de la
ciencia debe contribuir a evitar nuevas guerras y edificar puentes entre la
cultura humanística y científico-técnica.
La historia de las ciencias se
puede enseñar a personas de todos los credos y colores y no puede dejar de
imbuir en todos los jóvenes, hombres y mujeres una fe en el progreso humano y
la benevolencia hacia toda la humanidad.
Existe una discusión entre Historia e historia,
dándole a la primera el significado de sucesos únicos e irrepetibles, mientras
que la historia, con minúscula, puede ser la crónica de hechos que no tienen
mayor relevancia. Me levanté a las seis
de la mañana y desayuné frutas con yogurt a las siete.
Helge propone una nueva clasificación que aquí
sintetizamos, quizá en demasía, pero es para que los interesados en profundizar
acudan a la fuente original y quienes no, tengan un panorama del contenido del libro.
El planteamiento tiene que ver con la discusión
de quien está calificado y quien no para hacer historia de la ciencia.
Propone dos niveles o significados de Historia,
el estudio de los hechos del pasado (H1) y el análisis de los resultados (H2).
Y explica: El
objeto de estudio de la historia es la historia, de la misma manera que el
objeto de las ciencias de la naturaleza es la naturaleza.
La Historia (H2) no es la Historia (H1) , sino
su interpretación histórica de la misma. A esta suele llamarsele
historiografía.
La Historia está constituida de acontecimientos
únicos e irrepetibles.
Igualmente la Ciencia (C1) es un producto
acabado. Nos presenta teorías y datos
La Ciencia (C2 ) narra las actividades y
comportamiento de los científicos, tanto si llevaron a conocimientos verdaderos
o al fracaso. Esta sería la historia de la ciencia.
Y aquí el autor hace un somero repaso sobre
otra discusión en torno a quien está calificado y quien no para hacer historia
de la ciencia.
El
historiador de la ciencia moderna no necesita dominar los aspectos técnicos. Su
punto de mira debe situarse en las relaciones históricas y sociales. Dice Pearce Williams.
En cambio Thomas Khun: Los
historiadores de la ciencia solo leen los prólogos. No tienen derecho a
inmiscuirse en la historia de las matemáticas o de la física teórica, porque no
la comprenden.
Y nuestro autor danés concilia en su Introducción
a la Historia de la Ciencia:
Hay mucho espacio para valorar tanto los aportes científicos, como los históricos.
Al finalizar el Siglo XX la palabra científico
apenas tenía 150 años de edad. Se usaban términos como filósofo natural, hombre de
ciencia, cultivador de la ciencia
o similares. Whewell propuso el término científico, un poco como broma a
mediados del Siglo XIX y no fue aceptado sino hasta finales del mismo siglo.
Entre las objeciones se argumentaba la
profesionalización de los hombres de ciencia. Todavía hacía muy poco que era
una actividad patrocinada por las realezas, como una nueva forma de adquirir
nobleza. En buena medida los científicos habían sido personas con tanto dinero
como para dedicarse a experimentos “ociosos”. Científico era pues un término
que algunos consideraban despectivo.
Para zanjar las diferencias, Helge Krag recurre a un viejo procedimiento
académico: consulta el diccionario.
Pero no uno cualquiera, sino el Dictionary
of Scientific Biography que en sus primeras páginas incluye la definición
para formar parte de su ilustre contenido: Incluye
a personalidades cuyas aportaciones a la ciencia fueron lo bastante señaladas
como para suponer una diferencia distinguida en la comunidad del saber.
Entonces Krag hace una nueva precisión: Nada útil
sería distinguir entre la historia de la ciencia y la historia de la tecnología
pues se excluiría a muchos, ente otros a Leonardo (Da Vinci) y a (James) Watt. Al menos
se diría que el primero fue pintor y dibujante (como si esto no tuviera que ver
con sus estudios de anatomía y aerodinámica) y el segundo ingeniero mecánico,
como si no fuera la ciencia la que le llevó a modificar y hacer eficientes las
máquinas de vapor.
(Por cierto, Krag, generalmente solo utiliza
los apellidos de los científicos que alude, lo que supone o bien que los
interesados en la historia de la ciencia tienen un conocimiento general en la
materia, o bien que habrá que acudir a los diccionarios frecuentemente. Salvo
por esto, su Introducción… tiene un
lenguaje suficientemente claro para el lector promedio, que no le asuste)
Al continuar con los ejemplos para quienes aún
se enfrascan en discusiones bizantinas,
sobre los verdaderos científicos Krag nos recuerda que Newton empleó más tiempo en estudiar alquimia,
la cronología de las Escrituras y la medicina ocultista. Sin embargo le sirvió
como base para posteriores trabajos sobre la estructura de la materia y el
estudio de la óptica, que sin lugar a duda son considerados pilares del
conocimiento científico.
Para terminar con este artículo quisiera rescatar un punto en el que tengo un completo
acuerdo con el autor, se trata de la objetividad del historiador. Así nos lo
presenta
El Historiador de la ciencia que
trabaje sobre el papel de la iglesia católica en el desarrollo de las teorías
de Copérnico podrá verse tan comprometido como el que trabaje en el papel desempeñado
por los químicos americanos durante la guerra de Vietnam. La exigencia de que
las opiniones personales del historiador no influyan en su obra, es un concepto
erróneo.
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