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Amos Oz: “No he visto nunca un fanático con sentido del humor”

EN PORTADA / ENTREVISTA


El escritor más reconocido en lengua hebrea publica 'Queridos fanáticos', un libro en el que condensa en forma de cuento lo que ha aprendido sobre la vida



El escritor israelí Amos Oz, en su casa en Tel Aviv en 2017. 
El escritor israelí Amos Oz, en su casa en Tel Aviv en 2017.   (MAGNUM / CONTACTO)

Parece el mismo de hace tres años, pero su voz se pierde a menudo en la grabadora entre el ronroneo de su gato ­Freddie. “Mi salud ya solo me permite viajar con la imaginación”, se excusa el escritor más reconocido en lengua hebrea. Amos Oz (Jerusalén, 1939) comienza una conversación con Babelia en su casa de Tel Aviv sobre los zelotes, extremistas y sectarios que prefieren observar un mundo complejo de la forma más simple, aunque termina reconociendo que su último libro, Queridos fanáticos, es en realidad un legado: “Se lo he dedicado a mis nietos. He concentrado lo que he aprendido en la vida, pero no de una manera abstracta, sino como un cuento”.
PREGUNTA. ¿Por qué ha recuperado discursos de hace tres lustros?
RESPUESTA. Es una revisión de mis conferencias de 2002 en Alemania. Hay una nueva aproximación. Lo más peligroso del siglo XXI es el fanatismo. En todas sus formas: religioso, ideológico, económico…, incluso feminista. Es importante entender por qué regresa ahora. En el islam, en ciertas formas del cristianismo, en el judaísmo…
P. Escribe sobre su tierra. ¿Oriente Próximo es la cuna del fanatismo?
R. Es una idea común, pero no creo que sea verdad. El auge del fanatismo y el racismo en Estados Unidos es mucho más peligroso. Existe fundamentalismo en Rusia y en el este de Europa. También es peligroso el fanatismo nacionalista en Europa Occidental.
P. ¿Compartimos ese pecado original?
R. Creo que hay un gen fanático en casi todos nosotros. Es la tendencia del ser humano de intentar cambiar a los demás. Les decimos a los niños: “Tienes que ser como yo”. Eso es muy común.
P. Usted razona sobre un fanatismo universal.
R. Cuanto más complejos se van haciendo los problemas, más y más gente está hambrienta de respuestas muy simples. Una fórmula que lo cubra todo. Pero muy a menudo se trata de mensajes fanáticos. Por ejemplo: “Todos nuestros problemas se deben a la civilización occidental”, o “nuestros problemas se deben al fundamentalismo islámico”, o “tienen su origen en la globalización” o “en el sionismo”…
P. Usted fue un muchacho fanático.
R. Un pequeño extremista, educado en una convención de nacionalismo y sionismo. “Los judíos tienen razón, nuestros enemigos están equivocados. Somos los buenos de la película y los otros son los malos”. Así de simple.

“Una nueva fragmentación de Europa no me hace feliz, pero si una mayoría del pueblo en Cataluña quiere vivir por su cuenta, lo hará”

P. ¿Cómo se cura el fanatismo?
R. Hay que tener curiosidad. Ponerse en la piel del otro. Aunque sea un enemigo. La receta es imaginación, sentido del humor, empatía. Pero no para contentar al otro. No soy como Jesucristo y no pido poner la otra mejilla. Lo mío es intentar imaginar qué hace al otro actuar de determinada forma.
P. Usted escapó de la atmósfera de su Jerusalén natal. ¿Es difícil no acabar siendo un fanático en esa ciudad?
R. Amo Jerusalén. Pero necesito mantener una cierta distancia. Es demasiado conservadora, en términos de ideología o religión. En Jerusalén casi todo el mundo tiene una fórmula personal para la salvación o la redención. Cristianos, musulmanes, judíos, pacifistas, ateos, racistas, todo el mundo.
P. Nació en un barrio que hoy es ultraortodoxo.
R. Entonces era de clase media baja. Había religiosos, pero también comunistas y algún anarquista. Y nacionalistas. Era un barrio interesante porque la gente discutía a todas horas.
P. ¿Una característica más bien jerosolimitana?
R. Es israelí, en general, aunque resulta más evidente en Jerusalén. Cualquier parada de autobús puede convertirse en un seminario académico. Completos desconocidos discuten de política, moralidad, religión, historia o sobre cuáles son las verdaderas intenciones de Dios. Pero nadie quiere escuchar al otro, todos creen tener la razón.
P. En el Estado judío, donde la religión es un signo identitario, ¿cómo vive un laico, un ateo?
R. Mi problema no es la religión, sino el fanatismo religioso. No es el cristianismo, sino la Inquisición. No es el islam, sino el yihadismo. No es el judaísmo, sino los judíos fundamentalistas. No es Jesucristo, sino los cruzados.
P. Un Gobierno ultraconservador en Israel, Trump en la Casa Banca, ¿una era propicia a la intransigencia?
R. La mayor parte del mundo se está moviendo rápido desde una perspectiva compleja a otra muy simplista. Pasa también en la izquierda radical.
P. El nacionalismo, el conflicto palestino, ¿no han condicionado esa visión en Israel?
R. Es natural. Cuando un maldito y cruel conflicto dura más de cien años hay heridas en ambos bandos. Oscuras imágenes del otro. Hay gente sentimental en Europa que cree que todo puede arreglarse charlando y tomando un café, con la idea de que en el fondo todo es un malentendido. Un poco de terapia de grupo y tan amigos. No. Hay conflictos que son muy reales. Cuando dos hombres aman a la misma mujer. O dos mujeres al mismo hombre. Eso no se puede solucionar tomando un café. El conflicto entre israelíes y palestinos es real.
P. ¿Hace falta un divorcio: dos Estados?
R. Básicamente es eso. La casa es muy pequeña. Tenemos que hacer dos apartamentos. Israel y, en la puerta de al lado, Palestina. Luego tendremos que aprender a decirnos “buenos días” en la escalera. Más tarde podremos ir de visita, a tomar café a casa del otro… Y hasta cocinar juntos: un mercado común, una federación o confederación…, pero antes hay que dividir la casa… En el fondo todos saben que la única solución posible es la de los dos Estados. Aunque no les gusta. Para palestinos e israelíes es como una ampu­tación, pierdes parte de tu cuerpo.
P. En Israel hay quien le cree un fanático de la fórmula de los dos Estados.
R. La otra solución solo funciona en Suiza. En Yugoslavia acabó en un baño de sangre. Hubo un divorcio pacífico en la antigua Checoslovaquia. ¿A quién se le ocurre que israelíes y palestinos deben acostarse juntos y hacer el amor y no la guerra? Después de un siglo de matanzas no es posible.
P. No parece que el liderazgo israelí muestre prisa por hallar una solución.
R. Ese es el corazón del conflicto, la falta de liderazgo. Nadie tiene el valor que tuvo [el presidente francés Charles] De Gaulle cuando concedió la independencia a Argelia.
P. ¿Ni los israelíes ni los palestinos?
R. Todo el liderazgo mundial. Por no citar también el de su país…
P. Precisamente iba a preguntarle…
R. No veo líderes valientes en Madrid o Barcelona. Una nueva fragmentación de Europa no me hace feliz. No entiendo por qué, pero si una mayoría del pueblo en Cataluña quiere vivir por su cuenta, lo hará. Puede que sea una gran equivocación, una tragedia para Cataluña y para el resto del país. No se puede obligar a dos personas a compartir cama si una de ellas no quiere.
P. O sea, como en Israel y Palestina.
R. Pienso en Checoslovaquia, fue complicado, pero no hubo guerra. Hasta Escocia quiere un Estado.
P. Entonces, ¿ahora vivimos una era de cobardes y fanáticos?
R. Es un tiempo de simplificaciones. La gente espera respuestas simples y ya no teme parecer extremista. Hace 80 años teníamos miedo de Hitler o Stalin.
P. Si la inmunización que supuso la II Guerra Mundial ya no surte efecto, ¿hace falta una nueva vacuna?
R. No quiero otro baño de sangre. Pero existe el riesgo: el fanatismo conduce a la violencia. Mi librito contiene un miligramo de vacuna: tolerancia y curiosidad. Sonreír de tiempo en tiempo, incluso reírse de uno mismo. No he visto nunca un fanático con sentido del humor.
Queridos fanáticos. Amos Oz. Traducción de Raquel García Lozano. Siruela, 2018. 172 páginas. 16,95 euros.

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