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Lo que la Historia no es

Por Ramsés Ancira a partir de la cátedra del doctor Alfredo Ruiz Islas

La historia NO ES EL ESTUDIO DEL PASADO.

Esta es la idea errónea que hace que muchos padres de familia desalienten a sus hijos que quieren estudiar Historia, considerando que está integrada de  cosas viejas que poco importan, que no tienen uso práctico y que dedicarle tiempo es un camino seguro para morirse de hambre.

Es el desapego a la Historia lo que hace que los políticos mexicanos no valoren nuestra herencia cultural, nuestros patrimonios ambientales; nuestro talento acumulado tras siglos de mestizaje; que no se preocupen de investigar lo que sabían los  ancestros autóctonos sobre astronomía, botánica y otras ciencias, sino es para abrir algún recinto arqueológico que atraiga turistas y capitales extranjeros.

La Historia como mecanismo para atraer turistas y divisas y no para comprender el presente, es insuficiente; nos coloca en el subdesarrollo real, no entre las 15 economías más poderosas del mundo como pretende convencernos el discurso oficial, sin considerar que al distribuir el Producto Interno Bruto entre 115 millones de habitantes, y considerando a más del 50 por ciento de personas en situación de pobreza, en realidad  en México estamos a niveles de los países con mayor miseria.

No, la Historia no es el pasado, simple y sencillamente porque es nuestro presente, y porque es el presente, no sólo es necesario entenderla: es imprescindible.

Podemos no entender de física, de química, de ingeniería o de matemáticas como conocimientos aislados, pero la Historia es la única manera de conocer el desarrollo de la física, la química, la ingeniería, las matemáticas; pero también de  antropología, sociología y en fin, de  todo proceso humano.

La Historia, (así, a propósito, con inicial mayúscula) es indispensable porque el presente no puede ser de otro modo, salvo en la ciencia ficción o en las hipótesis hasta ahora no comprobadas.

Este concepto descarta, dice el doctor Ruiz Islas, el papel de lo azaroso como explicación para el concepto histórico. Las explicaciones de la Historia sólo pueden estar basadas en el encadenamiento de causa y efecto.

Y es cierto, uno de los recursos, de los juegos de los historiadores, como de los literatos de obras fantásticas, son los hechos contrafactuales, que se pueden definir como:  ¿Qué hubiera pasado si...?

La Historia no es el pasado porque es un proceso en desarrollo,  y un proceso de acuerdo a las distintas definiciones en español de la palabra, es una acción hacia adelante; el transcurso del tiempo y el conjunto de fases sucesivas de un fenómeno natural.

Por eso, dice el maestro Ruiz Islas citando al historiador mexicano Carlos Pereyra, el sujeto de la Historia no es un individuo, sino el Proceso.

En la carta de Engels  (1820-1895) al rabino y luego congresista austriaco  José Bloch, le dice que ni él ni Marx creían que todo en la Historia estuviera relacionado con la producción y la reproducción del capital, aunque tuvieran que poner énfasis en esto.

"El acontecimiento histórico ocurre sin conciencia y sin voluntad. Es el resultado de fuerzas que se entrecruzan"

Podríamos parafrasear a Engels diciendo que equipara la historia con la física, donde el choque de fuerzas de distintos vectores, va a arrojar un cuerpo en determinada dirección dependiendo de la fuerza de cada uno de ellos.

La media de la suma de voluntades individuales, sintetizando a Engels, nunca va a dar cero. El resultado no está sujeto a la conciencia ni la voluntad de las partes. El resultado, concluimos nosotros, es la Historia.

La diacronía y nuestra selección de los hechos


Pero si al fin y al cabo no podemos modificar la Historia porque esta es producto de una suma de fuerzas sobre las cuáles no podemos tener control absoluto ¿entonces que objeto tiene estudiarla?. Sería una objeción legítima, por supuesto, pero sólo si tenemos el enfoque de que la Historia es el pasado, una cronología de los hechos del ayer.

No podemos cambiar el pasado, esta es una aseveración que tiene lógica y sentido, pero lo que sí podemos es cambiar el presente y cuando lo hagamos, en automático, estaremos modificando el futuro.

La historia nunca se repite de la misma manera, pero sí parecida. 

La historia, dice Platón, tiene ciclos: los hombres buenos se hacen héroes, los héroes se hacen gobernantes, luego los gobernantes tienen hijos tan acostumbrados al poder que consideran que todo les pertenece, incluyendo a las mujeres, a quienes toman por la fuerza;  los abusos molestan  a la aristocracia que hace sublevar a las clases bajas para destituir a los tiranos; los que destacan en la guerra contra  la tiranía se vuelven héroes, esos héroes se hacen gobernantes y el ciclo comienza de nueva cuenta.

Este ciclo, descrito casi medio milenio antes de Cristo, podría sonar bastante descriptivo de hechos ocurridos en el Siglo XX, o el XXI inclusive.

El historiador deberá tomar los hechos ocurridos en distintos tiempos y lugares, el resultado será una diacronía, pero si estos hechos son los que representan cambio, evolución y devenir y los aplica en la solución de un problema presente, podrá transformar el futuro.

Si hoy cambiamos las causas, mañana los efectos serán distintos.

Por eso el historiador puede ser ¡Debe ser! El profesionista más acreditado, no porque conozca bien los hechos del pasado, sino porque al comprenderlos puede utilizarlos para transformar el futuro.

Engels

José Bloch, rabino austriaco de origen polaco, logró retrasar el exterminio de los judíos en Europa al refutar panfletos que aseguraban que estos tenían rituales de sangre que incluían beber sangre de cristianos. Su refutación tuvo tal éxito que tres ediciones con un total de 100 mil ejemplares se agotaron el mismo día. El difamador, August Rolling, un profesor de teología que había escrito un libro sobre el Talmud, del cual se regalaron 38 mil copias, además de las decenas de miles que se vendieron,  fue exhibido cuando Bloch demostró que éste no era capaz de traducir siquiera una página de la obra en la que se decía especialista. Bloch es un ejemplo del periodista (lo fue, además de legislador y rabino) que conociendo la historia, pudo al menos retrasar el genocidio que iniciaría pocos años después el también austriaco Rodolfo Hitler. 




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