Ramsés García Ancira Saba
Solange Alberro, Del gachupín al
criollo. O de cómo los españoles de México dejaron de serlo, “Capítulo II.
Los hombres y las circunstancias”, pp. 55-88.
Caracterizados
en los primeros años de la colonia como
flojos, jugadores, parranderos y alcohólicos, y en los últimos como los
promotores indiscutibles de la Independencia, los criollos merecen un estudio
especial en la historia pues bien se podría decir que representan una nueva
raza, a la que se le podría llamar Latinoamericana, o incluso más concretamente
mexicana.
Vicente Riva
Palacio dice en su Compendio
General de México a Través de los Siglos:
Desde
que España colonizó en el Nuevo Mundo echó en el los gérmenes de una sociedad
nueva también: la mezcla de los conquistadores y conquistados forzosamente hubo
de producir otra raza igualmente diversa de la española y de la india
Y
más adelante:
“A primera vista descubríanse tres distintas agrupaciones de hombres cuyos
intereses, necesidades y aspiraciones tenían que ser, y en efecto eran
diversos, y esa divergencia, desarmonizando el conjunto, producía sombras
desapacibles, quizás siniestras (…) Destacábanse en primer término los
españoles netos (…) Los criollos formaban la segunda agrupación: mezcla de
indios y de europeos, alcanzaban una educación igual o semejante a la de los
españoles, con quienes tenían mayor afinidad por razón de sangre, del idioma y
las costumbres pero con raras excepciones, alejados de los puestos públicos;
sin representación importante en el gobierno hasta los últimos tiempos en que
la constitución vino a otorgar algunos derechos políticos (…) Formaban la
tercera agrupación los antiguos aborígenes, indios de las primitivas razas…”
Del
libro de Solange destaca la cuantificación: españoles, peninsulares o criollos, 0.5 por ciento dela
población total del país en 1570, 10 por ciento en el siglo XVII y 20 por
ciento para finales del siglo XVIII, esto es unos 80 años después de la
consumación de las guerras de Independencia.
Si se considera que para entonces ese 20 por ciento de
la población acaparaba la mayor parte de las riquezas, podríamos tener algunas
pistas de porque se produjeron las guerras de la revolución, donde también
destacará un criollo, hijo de mujer
indígena y padre probablemente criollo también,
Porfirio Díaz.
Pero
regresando al texto Del Gachupín al
criollo se destaca también su ubicación geográfica al centro de la Nueva
España:
Relativamente numerosos aunque ampliamente minoritarios
en las ciudades del altiplano, en particular Puebla y México, lo seguían siendo
aún en las regiones agrícolas que abastecían los centros vitales del
virreinato. –Como el Valle de Puebla y
la zona del Bajío- volviéndose pronto
escasos a unos 250 kilómetros de la capital y excepcionales en las costas y los
confines del Norte y la América Central
Merece especial atención lo que dice el autor de como
al disgregarse y volverse viajeros, muchos españoles perdieron su cultura, unos
por volverse vagabundos, frailes que colgaron el hábito o soldados. Tal vez
entre ambos, al buscar una nueva profesión se convirtieron en mercaderes o en
aventureros.
Como sea, la geografía debió contribuir a
comportamientos nuevos, la de América, pródiga en recursos naturales y por lo
tanto en alimentos más accesibles proporcionaba una vida más relajada en
contraste con la europea que requería de ahorros para los tiempos de las malas
cosechas y para los contrastes climáticos.
No es entonces de extrañar que a estos criollos se les
caracterizara como flojos o disolutos, en contraste con sus ancestros,
esforzados y ahorradores, lo que no es culpa de los primeros ni virtud de los
segundos, sino que como dice el propio Solange Alberro se trata de los hombres
y las circunstancias
Precisamente en el capítulo Los Hombres y las Circunstancia, citando el Epistolario
de Nueva España y a Francisco
del Paso y Troncoso se nos presenta una estampa que a la luz de la mayor parte
de la historiografía conocida resulta casi inverosímil que es la del gobernador
de Guaxocingo, (Puebla en el Siglo XXI) que trae como paje a un niño español de
ocho años.
Lo que viene a confirmar que los estereotipos no
necesariamente son fieles y acordes a la realidad, como ocurrió con dos
criollos a los que se acusaba de flojos y parranderos. Uno de ellos construyó
al final “Casa de Azulejos” que persistió por los siglos en lo que después fue
Eje Central y Madero, en el centro histórico de la Ciudad de México, y otro fue
canonizado con el nombre de San Felipe de Jesús.
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